Princesa-Sufrida en una torre se moría;
pequeña y frágil su roja boca se deshacía.
Madre-Tibia la acunó en su regazo de lino tierno,
y a Madre-Tibia se llevo pronto Muerte-Seca entre rezos.
Tristeza cubría las paredes como la hiedra
y las plantas echaban raíces entre sus ropas.
Padre-Dios la besaba antes de ir a la faena;
ella de miedo a perderle, la cabeza perdía.
A casa vino Madre-Bruja trayendo su fiero viento.
En la casa anidó ese engendro muy descontento.
A los ocho años tenía una arruga de desdicha.
La Niña-Princesa se perdía entre sombras.
Dentro de sus zapatos florecían las llagas
rojas como piedras afiladas en cuchillas.
Su comida se volvía aceda cada día
y era duro acíbar cada trago que bebía.
Cañadas bajaban en salvaje algarabía
pero de la niña no sacaban una risa.
Sol la bañaba en la luz de la inocencia
pero en su piel se apagaban las chispas.
Estrellas le regalaban noches fragantes
de jazmines y en ella nacían ventiscas.
Mar le cantaba con sus olas danzantes,
y saladas; en sus ojos brotaban lágrimas gélidas.
Por ella Cerro se vestía todo verde esperanza;
al verlo en sus ojos crecían pestañas de ortigas.
Escuela le enseñaba las mágicas tablas.
Ella hacía cuentas y se le multiplicaban las cuitas.
Maldad tenía comida y cama en la vivienda;
Niña no tenía ni donde esconder su frágil cabeza.
Mono-Juego vino a la casa; y por las burlas de la bruja,
vio la gorda barriga y dijo: bruja maldigo tu huevo.
Hermana-Mona mordía con todo su amor ciego.
Niña sentía rugir hueco su pecho con mil insectos.
Hermanos eran peones débiles ante tamaña bruja.
Jugando su propia partida pronto olvidaron a Niña.
Niña creció y la tristeza hizo charcos en su mirada
donde se ahogaba la risa de todas las mañanas.
Princesa-Moza encandiló con verdes ojos a la comarca,
su triste misterio sembró anhelos en la muchachada.
Muchos príncipes por la torre rondaron su lozanía.
Ofrecían tesoros y haciendas como pruebas de garantía.
Ninguno veía todo ese dolor azul que la consumía
y su boca roja decía no, no, y rota otra vez se deshacía.
Hubo una vez un cantar que resonó con algarabía:
La voz de un hombre tirando un carro de sandías.
Como una flecha atravesó el pecho de la joven
-la voz y la mirada de un pobre vendedor de sandías-
Miró a Cerro, oyó a Cañada y en Sol al fin relucía;
derretido el hielo de su pecho rió como cualquier sana cría.
Hombre-Sabio sintió los ojos de la niña herirlo, cual saeta
jade-ilusión; fue esa mirada triste, la que paró su carreta.
A Hombre-sabio no le hizo falta hacer ninguna pregunta,
años hacía que ella le esperaba, lo supo cual verdad absoluta.
A la carreta subió Arco-Iris, su niña que al fin reía,
y se fueron envueltos en el aroma dulzón de mil sandías.
©Marvilla
Terrassa, 20 de Enero 2019
Débil llama de mansa lumbre
ilumina mi conciencia,
enciende mi alma
con la paz bendita
de la mansedumbre.
Coge mi mano descarnada
e insufla de ardores mi carne.
Quiero ir en pos de la esperanza
llameante que temple este pecho
que se quema en el hielo.
Refleja en mi anhelante pupila
el áureo temblor de tu llama;
que hallen los ojos la claves
que descifren todos los lenguajes.
Lance entonces mi boca
un divino mantra a la naturaleza
en la calidez de esa lumbre
de labios en el rojo más encendido,
para besar la copa de las cumbres
y rogar allende los valles
y suplicar más allá de los polos
arrodillado frente a todos los mares,
elevar mis pupilas al cielo
en llanto por cumbres, por valles,
por polos, por mares
pido el perdón para los hombres.
©Marvilla
Terrassa, 25 de Mayo 2019
Todos somos la muerte
porque la nuestra
tendrá nuestro rostro.
Todos somos la vida
porque la nuestra
trata de nosotros.
La vida se apaga
en el silencio.
La muerte nuestra
es el propio silencio.
Todos seremos la muerte,
muda,
con su monólogo
de silencio.
©Marvilla
Terrassa, 25 de Mayo 2019
Me cimbro, me quiebro y ya me inclino
y avanzo de rodillas en un rezo
por el campo de las flores silvestres
de anarquía y belleza decadente.
Poso mi vista como agradecida caricia
en lo sencillo de la verdad trascendente
y me tumbo bocarriba
entre mares esmeraldas de hierbas,
en desiertos de trigales heridos.
El Valhalla es mi jardín de olvido.
Mi carcaj se cubre de plúmbeo polvo
y mis flechas se funden con el óxido
ante el beso corrosivo del letargo.
Mis cintas de cuero se resecan al sol
como la muerta piel de los ofidios.
Mis sandalias, mi coraza, mi yelmo,
se tumban taciturnos a mi lado
como trozos de un lívido esqueleto...
En ocres hilos se desteje la vida,
el horizonte pierde su sentido,
se confunde el aire con la tierra
y esfumándose como pálidas volutas;
revió aquel cuerpo desnudo,
sus batallas... ya vueltas solo humo.
©Marvilla
Terrassa, 17 de Abril 2019