Caoba tu piel lustrosa
ahora opaca, como una escara reseca,
pira funesta para tañer un réquiem
de silencios, silenció tu voz como mutilando lenguas
y calló tus acordes sin desacuerdo.
Cayeron los sicarios sobre tu señorial prestancia,
cayó sobre el marfil la silbante hacha.
¿Te recordó el lamento del clarinete o una partitura
febril de intervalos descendentes?
Y tu tocando el mejor silencio de tu vida
y yo que te vi descuartizado
sentí tus tajos como heridas propias,
oí el gemido de tu arpa trémula,
sufrí la gualda ictericia de tus teclas absurdas
soñando con escalas en un glissando macabro.
Quise gritar tu silencio con un bramido ultramarino
y me atraganté con el estupor y mi saliva
por tus vivaches, por tus prestos y los pianisimos
como los inviernos, como el de aquella
mañana de color ceniza de acera,
de contenedor o de escombrera.
Mi alma aleteo,...como un gorrión mojado,
con un frío inquieto como estampa del vacío,
como testigo de una sirena en alguna guerra;
mientras esos obreros dejaban tus últimos restos
sin vergüenza ni el más nimio respeto
y con la guasa de invitar a un voluntario
a ser capaz ahora de tocar contigo una copla,
- mientras sonaba un claxon desafinado,
en la esquina, como un epitafio-.
©Marvilla
Terrassa, 23 de enero 2020
por la memoria histórica
y el digno olvido
Lo último son los huesos
cálcicos y albos,
huellas de un legado irrepetible,
martirio anacrónico,
trayecto singular de vida
que acabó siendo algo incógnito
vuelto misterio insondable
tras la tragedia
por la ignominia
de una guerra fratricida,
de tantos crímenes
atroces e incomprensibles
con una furia inconcebible,
lanzados, enterrados, perdidos
en el ignoto reino
de los acertijos.
Mundo paralelo inescrutable
del hueso que calla
las cosas más terribles,
se calla todo lo que sabía;
podría gritar en su blancura
toda su tragedia un día,
pero más se sepulta
bajo un manto de silencio,
en la quietud aguarda
sin flores de alivio, en la tierra seca,
la paz se aplaza
en el olvido de la cuneta.
Sin pacto de vinculo
con la despellejada
sin embargo lo vela
la muda hierática,
deslenguada,
paciente a la espera de lágrimas
de esos seres
que no sabrán cerrar
esa última página
de sangre manchada,
ese legado que pasa de padres a hijos
resueltos a conseguir
sepultar esas ramas
que lloran con la sabia
de un mismo árbol
frutos segados en furor de rabia,
en lugares sin nombre,
sin siquiera una cruz
de frío mármol
ni un digno epitafio
ni un salmo.
©Marvilla
Terrassa, 27 de noviembre 2019