En la galaxia de los neones,
En las pulidas lunas de los escaparates,
Iniciado, invoqué a incontables bestias,
A enigmáticos símbolos en guías telefónicas.
Lancé rayos silenciosos a extraños,
A tantas sombrías formas provocativas,
Geométricas, atrapadas en las bocacalles,
Bajo el halo estridente de las farolas,
Con el riesgo de la adrenalina asomado
en la ventana ávida de mi boca.
Atrapé al vuelo la negra pluma
Como en óleos sensuales untada,
De un cuervo con augurios de orgía.
Me lancé, cazador brumoso calle abajo,
Con el celo de un depredador coronado
Con la fatal estrella de la impudicia.
Sin otro rumbo que los pasos sonoros
Entre la cerrazón de la niebla,
Sin otra dirección que el eco de huellas
Resonando en laberintos poliédricos,
Hueros, acerados, cementosos, cristalinos,
Más allá de las estaciones veleidosas,
De fríos inviernos quemando como el sexo.
Jugué mis cartas en tórridas noches
De estío mientras llovían estrellas fugaces.
En partidas mano a mano con el riesgo
Recogí muchas manos de tréboles negros.
En quirúrgicas mesas de operaciones
Enmudecí tanto dolor mio, sordo y ciego,
Lo anestesié, lo ungí en la analgesia,
Entre lúbricos y vulgares ejercicios,
Dejando encerrada en casa el alma,
Y la angustia presa en un dado de hielo.
Eléctricos deseos recorrían mi columna,
Una centella de virulencia adictiva
Me iba despeñando contra las aceras,
Entre los diseños de las baldosas
Y las miradas embrujadoras
De las lunas lechosas,
De las sombras largas
De los gatos negros a la carrera,
Sintiéndome un felino más entre ellos,
En ancestral agudo grito de apareamiento,
De los que tienen el cielo como techo,
Y el morboso abismo en los anhelos.
Soledad con soledad daba miedo.
Mi desesperación y la de los viajeros,
Nocturnos, alevosos, prisioneros.
Daba miedo, la soledad de los besos,
Esa clandestina ansia de cuerpos,
La umbrosa complicidad boscosa,
El vacío gigante, abrigo del regreso,
El pavor de esas calles sin salida,
Lamiendo mis suelas con ese pegajoso
Hastío, encharcado en cada esquina.
Y al final el rectángulo incoloro
De mi cuarto como un castigo.
Cáustico lienzo, cálcico el lecho
Baldío, espacio gigante y deslucido.
El desguace que desharía mi cuerpo
En un sopor hipnótico que me aleja
De las urbes febriles, de sus tinieblas.
La dependencia erótica se prosterna;
Hasta cuando la siguiente noche quiera
Que la cerrazón me coja en su lengua...
©Marvilla
Terrassa, 3 de Julio 2017
Llevé una copa de cristal frágil
y mortífera a su vez,
en el hueco de mis manos, al fenecer
mi tierna inocencia, que las líneas de mi palma
se quemaron esa noche en viles humores,
marcadas con el hierro de lo obsceno;
tatuado indeleble, quedó en mi cerebro
el lengüetazo de un sátiro impuro
forjando como un signo,
el claro sino para años futuros,
la cadena, soga, cepo maligno,
la trampa de un hechizo sin conjuro.
Entré en los laberintos del Minotauro
ceñudo el sucio monstruo entró en mis ojos,
me apresó en el reino de lo prohibido.
Busqué ardores que me acercarían fuegos,
me deslicé ambiguo y sinuoso
entre las grietas de la luna sin noche
descalzo como un penitente y
oculté en tantos brazos mis reproches.
Emprendí una interminable cruzada
rumbo al confín alienable del horizonte
entre las ansias de la madrugada,
apurando a tragos una oceánica sed
infinita, en los mares de las miradas.
Entré mi cuerpo y mi alargada sombra,
en la húmeda zona de las mazmorras,
con estos pies que mandaban en mi cabeza;
obnubilada, hacia un carrusel de giros
de unos tórridos jinetes asidos a riendas
ardientes, a deseos de albos hierros vivos.
Entre éxtasis de finales del mundo
se iban cosiendo a mi alma las tinieblas
y un creciente apetito anidó en mi boca
y entre mi saliva broto la yedra.
Entré en un túnel sin salida de emergencia
sin puertas bloqueadoras de las llamas.
Me abrasaba en una pira de turgencias
imparable recorría un senda homérica
entre guerreros verdugos de la inocencia.
Entre el brumoso bosque encontré corderos
como yo, en las fauces de los lobos,
y sus despojos a la orilla de los senderos.
Debí entender en la débil carne ajena
la acerada frialdad de los barrotes,
el tamaño claustrofóbico de mi celda.
Cuando mi soledad roía las paredes
mi angustia arañó la dura piedra
y un rayo insolente se abrió camino
hacia este corazón entre barreras,
como un fanal que alumbra las sendas
que no supe ver hasta el instante,
en que el rayo conjuró la nube negra.
Entré en la luz, caído el vendaje
entre el fulgor puro, rayó cegadora,
mi vida despertando de una pesadilla,
tras peripatética travesía aleccionadora
Hice un hueco, en mi usada mochila
a los sórdidos maderos, ejes de mi vida,
a las espinas afiladas de mi corona,
junto a mis sueños que renacían.
Deje atrás la travesía por el desierto
herido y en los pies rubíes de llagas,
mi ser fortalecido al fin despierto,
entra ramificado, más complejo de trazas.
Con huecos, con marcas, con aristas,
como un audaz héroe de la razas.
©Marvilla
Terrassa, 25 de Junio 2017