Máquinas frenéticas en movimiento bullían,
Émbolos en danza abajo y arriba,
Agujas e hilos cosían.
Mis penas, por los rincones
En catarsis se zurcían
Aturdidas entre motores,
Oliendo a 3 en 1, telas y botones.
Mi vida me aísla en una isla
Mínima y precaria,
En un estrecho decorado,
En un hostil territorio.
La cabeza imita a las máquinas
Y no deja de mover pensamientos
En danza de arriba a abajo
Y de tanto darle a mis émbolos,
Una psoriasis a mí me abre en tajos.
Epitelios celulares se atoran,
Costras en el cuero me coronan
Por nervios y no con tiaras de olivos.
Solo soy capaz de controlar
Esta maquinaria fabril
Ante el descontrol en que vivo.
Acerca del vital enredo de hilos,
Soy títere y tiro de tu lío de hilos,
Tenso el fracaso y me embrollo entre fiascos,
De ahí mi estado cuasi histérico,
De ahí esta sensación de marasmo,
Ante el temblor de mis manos
Más me acerco al final del colapso:
Una brizna de hierba mecida al viento,
El rodar en la ola de un grano de arena
Podría ahogar mi aliento,
Cada minuto del día lo sueño,
Que todo intento de risa pierdo.
En la arena de esta playa
Mis sonrisas como cintas pierdo
Entre ráfagas de viento.
Si pudiera ser artífice de algo
Soltaría esta acinesia con el cierzo;
Solo atino a dejar el cigarro,
Aparente triunfo ante el vicio,
Breve atisbo de cierta esperanza;
Mas mi psoriasis sin cigarrillos
Aún más imparable avanza
Y sigo en el vórtice del torbellino...
Así pasaron muchos años.
El tornado se tomó su tiempo
Y al fin dejó tras su violento paso
Un mañana de ruinas y calma.
Hube de limpiar hasta el horizonte
Y remendé como pude mi alma.
Dejé de oír el bullir de las máquinas
Cuando me intuí como nuevo hombre,
Cuando alumbre la nueva chispa
Esa que aún me recorre.
©Marvilla
Terrassa, 6 de diciembre 2019
En ella había en ciernes una tormenta
agazapada detrás de su nuca,
escondida detrás de su cuna
como una fiera salvaje, hambrienta.
A punto tras su primer llanto,
tras su nueva e inocente risa
su desdicha se volverá una gesta.
Mala suerte malsana y caprichosa
esta al acecho, cual daga espera,
afilada por cobrar su presa en esta cría.
Todo se fragua una noche de tormenta,
lista esta la desgracia con el rayo
pronta lo lanza tal un estoque.
Da de lleno en un blanco pecho
que desborda la tristeza de un arroyo
inundando presente y hasta el futuro,
matando por años las inocentes risas,
encerrada la esperanza en una jaula
más allá del verdor de las plantas
en un recinto de pena viciado
donde las paredes rezuman angustias
y muros aprisionan como una trampa.
Corre la vida como las palabras,
pesa la niñez como una losa,
se enreda y anuda a su figura,
arañas lanzan su hilo sobre ella,
liada queda con invisibles cadenas.
Ay de la cría; la tormenta nunca calla,
pobre de la cría, un rayo la señala
y lo desata una mal sonante palabra.
Otro invierno parecido al infierno
abre chirriante la puerta de la locura,
un gesto parecido a la indiferencia
basta para inundarla de sombras
que como aceitosas se escurren
por las amarillentas baldosas.
Otra vez el cuerpo aterido, estupor
en los ojos anegados, arenas
en vez de saliva y un grito
tejido con las hebras de lana y
en las largas agujas el brillo
de las pupilas de Santa Bárbara.
Entre las penumbras sulfurosas
se proyectan alargadas figuras
similares a orcos sobre las puertas
curvas del ropero francés,
entre las molduras caobas
hacen su rito y su macabra danza;
sobre la cómoda, ante el espejo
se obra nocivo influjo cada invierno
que en la casa revive, en el dormitorio
asombrado, el monstruo alargado
de las mil horrendas cabezas,
escondido sibilino bajo la cama.
En el cuarto marital las persianas
como los párpados de un drogado
ya no se alzan, parecen selladas.
El débil sol no logra abrirse paso
y la clara luminosidad esta vetada.
Pero hay más allá un jardín
donde se enjuga el dolor del alma
ante el irisado coro de las plantas;
guardando temor en silencio notorio
entre árboles y flores contemplativas,
es rezo en ese lenguaje fragante,
es constante oración curativa
por el amor que le faltó a la niña,
por el yugo de la mujer uncida,
para borrar la tristeza de la madre
y que deje atrás ese cuerpo aterido
como una piel inútil y mustia,
enjugue calor unos ojos que son charcos,
evapore la nube plomiza de angustia
por tiempo varada entre sus negros rizos,
relajar al fin la adusta frente,
que se detengan los iris huidizos
y ver la risa en sus ojos ambarinos
al fin brillar y al fin abrazarse
a la serenidad de la calma.
©Marvilla
Terrassa, 30 de octubre 2019