Al buen observador de tanto en tanto le llega a la boca
el zumo fortuito, en la alada hoja de una verde lima
a desatar evocaciones enredadas entre las briznas,
a liberar cometas que devuelven en órbitas excéntricas
metáforas de los sueños en crepúsculos de opio dormidos.
El observador busca algo que lo despierte de la lucidez
-río turbio torpe y frígido- , al brillo de lamia de las mareas
al rubicundo brillo de vida que late en los rubíes.
Quiere arrancarse los párpados abiertos, que nunca se cierren
que se vuelvan transparentes hacia el horizonte y
le dejen descubrir un prodigio en la negrura del claro día,
una especie nueva entreverada en las lentejas o
bajo la noche de los robles o la veta a la raíz de las olas.
Como se ve un observador es vulgarmente un iluso
que cruzando el puente de la riera descubre jirafas
de cuellos largos en los añosos plátanos a la baranda asomados,
que rumian con bocados de viento verdores de hojas.
En el cielo una amurallada tormenta de albas arenas
gaseosas se transmutan en un ejército furioso de Hunos,
o la nubosidad tubular en acuático gigante de Nazaré.
En el lomo ondulado sinuoso, cimbreante, vidriada
reluce, tiembla evocadora la silueta mítica de un dragón
que se camufla del acero filoso del cruzado en un tejado.
En una gota de agua; un souvenir de París.
Negro fulgor de miedos; en alas de cuervo.
Los ojos de un éxodo en las vetas de la madera.
Es la brisa una nana al chocar contra una sombrilla.
Se evoca en el aroma de la dama de noche la aventura y
lujuria en el gajo de mandarina roto contra el cielo de la boca.
Para un alerta observador todo es evocación,
sano ejercicio de evasión de esta realidad,
de este mundo rechinando por su deslealtad.
©Marvilla
Terrassa, 28 de Julio 2018
Te vi en el misterio de las aguas
bogando entre las calas lanceoladas,
nacida en el albar cáliz lleno de rocío
engarzado como perlas de hielo
a tus alas de fragilidad purísima,
¡Cual dulces gasas de seda de china
son tus magníficas alas, libélula,
filtran rayos como hipnóticas vidrieras
de iridiscentes vitrales mágicos y etéreos
señalan un instante la senda trémula,
los visos caleidoscópicos de los sueños!
Mudo, inmóvil te coroné de gracias
entonces, como a la primer imagen santa.
Te imaginé, prendida con tus patas,
siendo el broche al latente escote,
de gala, de una renacentista dama,
en las colinas de los pechos libando
las gotas de sudor hacia mil deseos
y entre jadeos te vi alzar el vuelo
erizando la piel toda con tu aleteo,
Y vi en el azabache de tus ojos
brillar un céfiro de lo más voluble,
y lúbrico, en tus dientes un hilo fino
que corto ata a tus rendidas presas
para siempre, para siempre...
©Marvilla
Terrassa, 4 de agosto 2018