A lomos del caballo de Odin
en el filo del cielo y la tierra,
jinete de oro galopas un corcel,
entre galvánicos brillos que ciegan.
Recio, a la bestia de las ocho patas
mientras vuela en loca carrera,
entre octogonales formas geométricas,
firme jinete, por la brida sujetas.
En loor de pitagórica justicia
vas buscando una llave nueva;
la puerta a la siguiente octava
del infinito ciclo de las eras.
A través del ocho llegas
a cotas inalcanzables de dicha,
o a densas regiones de sombras,
o al edén de tu mitad cristalina,
y siempre al adiós terreno,
al padre marmóreo y gélido,
a lo trágico y lo excelso,
y a la madre y su final beso.
En octubre al renacimiento,
a días de la historia familiar,
a cifras que reniegan del azar
del ocho presente en tu vida trivial.
Eres causante dicen, del equilibrio
insondable y cósmico,
ocho el caduceo de Mercurio
igualando poderes antagónicos.
Ocho como oscura ponzoña
del más aciago escorpión
acecha saturnal y taciturno
en la octava constelación.
Ocho eres a su vez vida
en evolución en el espiral
de la estética creación
matemática y espiritual.
En los átomos en reacciones,
que como el oxígeno aspiran
abrazarse a ocho electrones.
Hipnotizados ya a un son giran
la regla del octeto con los protones
Esotérica es entonces tu vida
jinete y la octava, tu justa valencia
que marca el latir de tus horas,
con su constante regular presencia,
como sombra de hace siglos,
como el sino de tu historia.
©Marvilla
Terrassa, 11 de marzo 2017
Con la vida todo se gana
y por el camino todo se pierde,
en una entente consustancial
entre el vencer y aquel sucumbir,
donde hay una lucha vital
entre la dureza y la fragilidad,
entre la disyuntiva moral,
de extinguirse o perdurar,
como escribió en Avon, un cisne.
La dureza es externa y epitelial;
intrínseca y propia
es por contra la fragilidad.
Oculta tras la sábana
de escarcha matinal,
bajo ese escudo de frialdad
se transluce delicuescente
y eterna la fragilidad.
O en el carámbano afilado,
suspenso de lo efímero
a merced de soleados rayos.
O en el roedor ajetreado,
ajeno al ojo agudo del milano,
implícita esta la fragilidad.
En el tambor la bala precisa,
frágil, dormida e inquietante
que espera la oportunidad
para abrir una herida sangrante.
¡Oh, mira al salmón musculado
remontando la fiera corriente
que burla a los osos armados,
para cumplir un mandato
que le agota hasta la muerte!
Es un torneo versátil
que doblega las defensas
como si fueran algo frágil,
que en trozos revienta.
Como el estruendo helado
del glaciar con un temblor,
desde la cumbre derrumbado
en la desgracia y el deshonor.
No existe esa potente fuerza
que, tras innumerables luchas,
no enseñe al fin las flaquezas
con sus signos de fragilidad.
Habiendo agotado su fortaleza;
en su éxodo por África,
cae el refugiado de la patera,
se ahoga en el mar hostil
ya a punto de besar su meta.
Gira sutil en piruetas la bailarina
con esos gestos tan repetidos.
Fácilmente salta y se desliza,
pero su fragilidad se oculta
en la punta de sus zapatillas.
La belleza se marchita,
la fortaleza languidece,
la esperanza ya no palpita,
y sin remedio se vuelve
a cerrar con llave la vida,
en esa región umbría
donde la fragilidad tiembla.
©Marvilla
Terrassa, 2 de abril de 2017